En la época de Jesús el divorcio era algo muy común, tanto como ahora. Dentro de la sociedad judía un hombre podía repudiar a su mujer por cosas tan vanas como quemar la comida, en el Imperio romano no era mejor, había mucha facilidad para obtener un divorcio.
Los judíos se amparaban en la ley, ya que la misma decía:
Cuando alguno tomare mujer y se casare con ella, si no le agradare por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su mano, y la despedirá de su casa. Deuteronomio 24:1
La ley de Moisés hablaba de encontrar algo indecente, pero había escuelas rabínicas que hacían de esta salvedad una regla muy laxa y permisiva. Por esa razón en Mateo 19 le preguntan sobre el divorcio:
Entonces vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? Él, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla? Él les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así. Mateo 19:3-8
Hay mucho debate
sobre los versículos que siguen, sobre el tema de “a causa de fornicación” y lo
que eso significa. Pero lo central aquí es, en primer lugar, el deseo de Dios: que el hombre y la
mujer se conviertan en uno, una unidad indivisible y a eso es lo que los lleva
Jesús en primera instancia. Entonces ellos insisten (porque en realidad quieren
oír lo que ellos desean) en que Moisés legisló el divorcio y la contestación de
Jesús es muy fuerte: “por la dureza de
vuestro corazón”. La razón de permitir el divorcio fue la dureza del
corazón del hombre y no el deseo original de Dios
Como hijos de
Dios, nuestro placer debe ser hacer lo que Él desea. Y Él nos dice que lo que
unió, no lo separe el hombre. Esas palabras deberían ser más que suficientes
para luchar con todas nuestras fuerzas, y cuando estas falten en lo natural,
con el amor sobrenatural que fluye de la Fuente del amor. Solo la dureza de
nuestros corazones nos hace considerar la posibilidad del divorcio.
¿Y qué sucede con las personas que viven violencia doméstica u otras cosas terribles? En ese caso es mejor no ser dogmáticos, pero sí recordar que lo que nosotros no podemos cambiar, Cristo puede hacerlo. En lo natural, diríamos que huya de esa relación, pero no somos naturales y creemos en la manifestación sobrenatural de Dios en nuestras familias, en la restauración y en que su voz nos guía a lo mejor. Para eso también está el cuerpo de Cristo, que puede ayudar, guiar y contener.
ANTES DE SEGUIR, medita en lo siguiente
- ¿Deshice la maleta al casarme o, íntimamente, considero la posibilidad de darle un fin a la pareja?
- ¿He tenido pensamientos de divorcio? Los motivos, ¿son cosas que Dios no puede revertir?
- ¿Cuánto tiempo dedico a guardar, en el Espíritu, mi matrimonio?
Consejo personal: hermano/a amado/a, te ruego que, si cruzó por tu mente la idea de divorcio:
a) Renuncies a ello, le pidas perdón al Padre por considerar algo que Él no considera.
b) Busques la comunión con tu cónyuge y traten de restaurar el amor.
c) Que lo expreses, busca un hermano/a maduro que te ayude en esto, confiesa tus pensamientos, poner en palabras nuestros pensamientos, nos ayuda.
d) Cuando medites, haz el ejercicio de NO pensar en lo que tu pareja necesita cambiar, sino de preguntarle al Padre qué puedes hacer tú en esta situación. Buscar qué tienes tú para aportar es mucho más productivo que llenarte de amargura por lo que la otra persona todavía no cambia.
Por último, ¿considerarías hacer algo que Dios odia?
«Yo aborrezco el divorcio —dice el Señor, Dios de Israel—, y al que cubre de violencia sus vestiduras», dice el Señor Todopoderoso. Así que cuídense en su espíritu, y no sean traicioneros. Malaquías 2:16 NVI
Nuevo matrimonio
Dentro de la
iglesia hay muchas posturas con respecto a este tema, uno de los debates más
comunes es sobre la cláusula de excepción de Mateo 19:
Les digo que, excepto en caso de infidelidad
conyugal, el que se divorcia de su esposa, y se casa con otra, comete adulterio
Mateo 19:9 NVI
Mucho se ha dicho
y escrito sobre “en caso de infidelidad conyugal”, o como traduce la RV60 “por
causa de fornicación”. Sea cual sea la interpretación, es el único motivo por
el que parece que el nuevo matrimonio del cónyuge inocente es permitido. Ahora
bien, que sea un permiso no lo convierte en una obligación, ya que, si hubiera
infidelidad, siempre tenemos como recursos el perdón y la restauración; la
falta de perdón pone en evidencia lo que decía Jesús de la “dureza del corazón”.
Como hay mucho
material sobre este tema, en caso de que alguien quisiera estudiar sobre ello,
no vamos a profundizar en ello.
Ahora bien, en caso de que el divorcio ya se haya efectuado y que sea irreversible, sería bueno examinar las razones que se dan comúnmente para volver a contraer matrimonio:
- Para no estar solo: la percepción de soledad está en el alma, quien vive en el Espíritu sabe nunca está solo, en primer lugar, porque conoce que el Señor está a su lado hasta el fin y en segundo lugar porque puede discernir que habita en familia, la iglesia en la cual el Espíritu nos ha bautizado. Cuando Dios dijo que no era bueno que Adán estuviera solo, no hablaba del sentimiento de soledad, la correcta traducción sería: “no es bueno que sea el único”. Sin dudas hoy ya no somos únicos, sino que vivimos en medio de la multitud de hijos.
- Para no tener tentaciones sexuales: las tentaciones van a existir siempre, sea cual sea la condición. Para esto lo que necesitamos es el fruto del Espíritu llamado dominio propio. El deseo sexual es un apetito muy poderoso, pero no lo es tanto como nuestra vida en el Espíritu. Cualquier apetito carnal se puede (y se debe) dominar y poner en sujeción.
- Para ser feliz: “en su presencia hay plenitud de gozo” dice el salmista. Si no puedo tener gozo y felicidad en mi situación actual, no es por falta de algo, sino por no saber recrearme en la presencia de Dios en mi vida. Cuando Pablo decía enfáticamente: “¡Regocijaos!”, estaba en la cárcel, no tenía motivos humanos para el gozo, sin embargo, lo desbordaba.
- Porque sueño con una familia: es un sueño válido, pero mi sueño mayor es hacer Su voluntad, nunca mis anhelos deben interponerse en el camino de mi obediencia. Hay sacrificios que deben hacerse por amor. Si Abraham pudo estar dispuesto a sacrificar un hijo en el altar, yo puedo ofrecer mis sueños para ser sacrificados, en ese mismo altar.
- Porque las exigencias modernas hacen necesario tener dos ingresos para cubrir el presupuesto: ¿Has visto algún justo desamparado? Nuestra provisión no viene de otro lugar que no sean Sus manos generosas. Poner mi expectativa de provisión en algo externo es falta de fe.
- Para que mis hijos sepan lo que es tener un padre cristiano: suena muy espiritual, pero tus hijos ya tienen Padre, en la medida que los guíes a que le conozcan, Él se encargará de suplir con creces la falta de un padre humano.
En resumen, leemos que:
Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén. Romanos 11:36
Si todo es por y para Él, es válido preguntarnos si el deseo que contraer un segundo matrimonio tiene su fundamento en algo para Dios o en mis propias necesidades, que no estoy dejando que Él supla.
Si eres divorciado/a y estás anhelando volver a casarte, honestamente ¿Cuál es la motivación?
La idea de este artículo no es emitir juicios sobre los que contrajeron segundos matrimonios, el juicio le pertenece al Señor y Él es rico en misericordia, sobre todo cuando hemos cometido pecados en ignorancia.
Quiera Dios mantenerte firme en tu matrimonio, fiel, santo y enfocado en demostrar el amor de Dios a tu cónyuge. Si estás separado, mi oración es que seas lleno de fortaleza, capacidad de perdonar, que tus heridas sean curadas por el bálsamo del cielo, libre de toda amargura y que en Él encuentres tu plenitud.
Estela Ortiz