“…para que todos sean uno. Como tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.” Juan 17:21 LBA
Comienza un nuevo tema y anhelamos que, sumado a los anteriores, las familias y los hijos de Dios puedan crecer. Vale recordar que hacemos esto primeramente por nuestro Señor y su Reino y en segundo lugar por los de su casa. Si su hogar está alineado al Cielo, el Padre de las luces tendrá un confortable lugar en donde habitar.
La temática que entendimos que debía lanzarse es Comunión. Claro que da para mucho y se podrían escribir capítulos enteros. Por ahora, trataremos de reproducir lo que el Espíritu quiera revelarnos.
¿Somos uno con Dios? ¿Cómo saberlo?
De manera espontánea nuestro instinto respondería que sí. Con un poco de sinceridad responderíamos “a veces”, “eso intento”, “no siempre”. El punto está en qué parámetros nos basamos para responder cómo vivimos nuestra común unión (comunión) con el Padre. La Palabra dice que “la creación anhela fervientemente la manifestación de los hijos de Dios” Rom. 8:19. Hay toda una creación, personas, animales, tierra, en fin, todo lo creado, que necesita de manera urgente que los hijos de Dios se manifiesten.
Ya no se trata de nuestras vidas, de hecho nunca fuimos los hijos el centro de esta historia…
Fue, es y será Jesús, aquel por quien todo cobra sentido, vida y propósito.
Es tanto el amor que Dios nos tuvo, que nos creó a fin de poder administrar un huerto, una tierra, de manifestar su Reino en este paréntesis de eternidad que llamamos vida. Tremenda tarea, no la podríamos cumplir si no comenzamos siendo uno con Dios. ¿Qué podríamos hacer por nuestra propia cuenta? Sin la gracia no somos nada, no vamos a ningún lado y no damos fruto alguno.
Y ser uno con Dios, requiere que uno de los dos deje de ser para que el otro crezca. Uno debe menguar para que el otro se expanda. Uno debe morir, para que otro resucite.
Por sus frutos los conoceréis
Los frutos que se reproduzcan a través de nosotros, la coherencia que se vea en nuestro diario vivir en relación a lo que profesamos con nuestros labios son un buen parámetro para definir nuestra unidad con Dios.
Sabemos que no es sencillo, que a veces duele y que por lo general cuesta mucho. Hablo de morir a mí, a mis deseos, pasiones, tiempos libres, etc. Pero ¿existe otra forma de vida? ¿Tenemos otra alternativa los hijos de Dios?
Literalmente, si no somos uno con Dios, nos perdemos, desvanecemos y nuestros días pierden sentido.La comunión, para los hijos, no debería ser una opción. Mucho menos algo medible. Debería ser nuestro objetivo cada día que el sol amanece sobre nosotros.
Entonces, llega un punto en donde ya no decido, ya no pienso si es o no es de Dios. Porque su mente está en la mía y todo mi ser es uno con Dios. Allí, lo que veo hacer al Padre eso hago y lo que oigo decir al Padre eso digo. ¿A veces? ¿En ocasiones puntuales?.No. A cada instante. A cada lugar adonde voy. Al ser uno con Dios, todo lo que pretendo es moverme como Él lo haría, entrar a los lugares que Él entraría, ver y decir tal como Dios lo haría.
Esa vida, no haría más que manifestar poder y gobierno a donde quiera que vayamos. Ser uno con Dios, siempre fue el sueño que el Padre tuvo para con sus escogidos.
Paz.
Por Juan Coria
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